
Cuando el ruido del vendaval
te apresa solitario y por la espalda
resuelves que nada atajará la liga
del níveo sobre la calidez del mineral.
Hincas tu molestia sobre charcos
con preces, y
gastándote la boca
como si un pequeño sombrío
luchara por ti surcándote la frente
la confusión te hace falsear ruborizado.